La Navidad y el Año Nuevo son épocas mágicas para los viajeros. Estos días suelen venir acompañados de tiempo libre que aprovechamos para desconectarnos y, si tenemos suerte, viajar a algún lugar especial. Además, es una oportunidad única para descubrir cómo se celebran estas festividades en otros países: desde los platillos típicos hasta las tradiciones más sorprendentes.
En mi caso, decidí pasar Año Nuevo en Uruguay, específicamente en su capital, Montevideo. Llegué el 30 de diciembre con una ilusión: disfrutar de un asado en el famoso Mercado del Puerto. Había leído numerosos artículos que recomendaban este lugar, y solo imaginarme las delicias que me esperaban hacía que se me hiciera agua la boca.
La primera impresión de Montevideo
Al día siguiente de mi llegada, noté algo peculiar: Montevideo carecía del típico ambiente navideño al que estaba acostumbrado. Faltaban los adornos y las luces que decoran las calles en estas fechas. La ciudad se sentía tranquila, casi vacía. Decidí salir del hostal para explorar.
Mi primer destino fue la Avenida 18 de Julio, una de las principales arterias de la ciudad, llena de tiendas y edificios con arquitectura encantadora. Mi meta era llegar a la Plaza Independencia, donde podría disfrutar de algo de la historia y diseño urbano de Montevideo. Desde allí, emprendí una caminata hacia el Mercado del Puerto, una distancia de unas 10 cuadras.
El camino desde la Puerta de la Ciudadela hasta el mercado fue un deleite. Las calles estaban flanqueadas por pintorescas casas de no más de tres pisos, y yo no perdía la oportunidad de capturar esos momentos con mi nueva cámara Nikon D3500, que me había autorregalado. Estaba probando cada función como un niño con juguete nuevo.

El balde de agua que casi arruina el día
Cuando estaba a tan solo un par de cuadras del Mercado del Puerto, un evento inesperado me dejó helado—literalmente. De repente, sentí un chorro de agua fría que me cayó desde algún balcón. Quedé empapado de pies a cabeza, y mi primera preocupación fue mi cámara. Mi enfado era evidente; miraba hacia todos lados tratando de identificar al culpable, pero nadie dio la cara.
A toda prisa, me pegué a las paredes para evitar otro ataque y me quité la camisa para intentar secar mi cámara con la parte que aún estaba seca. Le retiré la batería para prevenir daños mayores, mientras mi frustración crecía.
La explicación de una tradición uruguaya
Finalmente llegué al Mercado del Puerto con el rostro claramente disgustado. Nos sentamos en una mesa cualquiera, sin prestar demasiada atención. El mesero que nos atendió, notando mi estado, me preguntó si había sido víctima de una de las tradiciones navideñas de Uruguay. Sorprendido, le pedí que me explicara.
El amable mesero me contó que, durante los días 24 y 31 de diciembre, es común en Montevideo que los residentes de ciertas zonas mojen a los transeúntes con baldes de agua. También suelen lanzar hojas de calendario como una forma de despedir el año que termina. Aunque inicialmente estaba molesto, escuchar esta explicación me ayudó a entender y apreciar la particularidad de esta tradición.
Después de disfrutar del delicioso asado que había soñado desde que llegué, intenté encender mi cámara. Para mi alivio, funcionó perfectamente. Mi disgusto se esfumó y, en su lugar, me quedó una valiosa lección: las tradiciones, por muy inesperadas que sean, son parte del encanto de conocer un país.
Reflexión final
Viajar nos permite adentrarnos en la cultura y las costumbres de otros lugares. Cada tradición, por peculiar que sea, tiene un significado profundo para quienes la practican. Por eso, les invito a explorar el mundo y descubrir las maravillas que cada rincón tiene para ofrecer, ya sea en un pueblo cercano o al otro lado del planeta.
Las festividades navideñas son una oportunidad ideal para vivir experiencias únicas y aprender a valorar la diversidad cultural. ¡Que estas fiestas sean una excusa perfecta para seguir viajando!
Autor: Jesús Martínez Rippe
Instagram: @jesusmartinezrippe